Hoy escribo esto porque estoy harta de que la palabra “sanar” se use como si fuera una moda. Sanar no es ponerse un cristal en el bolsillo y esperar milagros. Sanar es incómodo. Es mirar lo que duele sin disfrazarlo. Es dejar de correr y empezar a escuchar. Y sí, puede incomodar. Pero también puede cambiarte la vida.
Significa dejar de negar lo obvio. Reconocer que algo adentro pide atención. No hace falta entenderlo todo, ni tener un plan perfecto. Solo hace falta decir: “Estoy lista para ver qué hay detrás de esto”.
No esperes que sea suave, ni rápido. A veces se siente como un caos. Pero ese caos es parte del orden que está queriendo emerger. Lo que más sana suele ser lo que más evitamos: una emoción que no queríamos sentir, una verdad que nos incomoda, un silencio que nos confronta.
Abrirse a sanar es dejar de fingir que todo está bien. Es animarse a sentir sin anestesia. Y eso, lejos de ser debilidad, es potencia pura. Porque cuando te mostrás real, el cuerpo y el alma empiezan a acomodarse.
Reiki, cristales, meditación, escritura… no son soluciones mágicas. Son llaves. Te ayudan a entrar en espacios internos que estaban cerrados. Te conectan con lo que está listo para moverse, para liberarse, para transformarse.
No se trata de borrar el pasado. Se trata de entenderlo, de resignificarlo, de dejar que te enseñe. Estar abierto a sanar es permitir que lo vivido se convierta en fuerza. Y desde ahí, seguir
.¿Y vos? ¿Estás realmente abierto a sanar o solo querés sentirte mejor sin mirar lo que hay debajo?
Porque si te animás a abrir esa puerta, no hay vuelta atrás. Pero lo que hay del otro lado… vale cada paso.